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Escuela Normal n° 1, Mary O´ Graham , promoción 1980

Escuela Normal n° 1, Mary O´ Graham , promoción 1980

viernes, 3 de diciembre de 2010

Promoción 1980, el sentir de una época que hizo a la historia de mi vida

Para las que se emocionaron, para las que todavía se emocionan...
Les dejo las palabras que leímos cuando cumplimos 25 años de egresadas...

Estoy profundamente agradecida. Orgullo y agradecimiento me vinculan a este momento. Un sentir del que siempre tengo conciencia presente y que hoy en compañía de ustedes se exalta. Tuve el privilegio, tuvimos el privilegio, de ser albergadas por las paredes bien construidas de un edificio planeado para educar a lo grande. Soy conciente de la oportunidad que significó haber podido sentarme en esos pupitres de madera maciza que me hacían sentir su dueña puliéndolos a filo de gillette para renovarle mis inscripciones cada año.
 Viví mi adolescencia, vivimos nuestra adolescencia, en un lugar de película. Una película que quizás algunas no pudieron ver en ese momento y por la que yo siento una ternura entrañable. Y a la que le debo parte de mi inspiración, de mi inclinación por dejarme soñar.
 Lo material también determina. No es lo mismo ser rico que ser pobre.  Y nosotras, y yo -porque hablo desde mí-, tuvimos el privilegio de poder estudiar en una Casa como esta, en un edificio como este. Valorar, eso podemos hacer hoy a tantos años, valorar este legado de tradiciones que llegaron hasta nosotras, aunque hayan llegado diluidas, atravesadas por los cambios históricos, sociológicos, por el mismísimo momento político en el que particularmente a nosotras nos tocó vivir, o por lo que a cada una le estuviera pasando en su vida personal... A su modo, fuerte e inclaudicable, la escuela levantaba y sostenía su mensaje en nuestras conciencias para regalar su secreto poderoso: no fuimos estudiantes de cualquier establecimiento. Altura, elegancia, magnanimidad, ambición, luz, de todas esas cosas me hablaba este edificio en secreto y al mismo tiempo a viva voz. Sus paredes, su planificación -eso que quiso ser, eso para lo que fue concebido-, su arquitectura, habló siempre generosamente para nosotras. Es probable que algunas no hayan pensado en cómo habría influido en sus vidas que les hubiera tocado formarse en un rancho de adobe o, sin ser tan radicales, simplemente, en una escuela con un edificio standard.
Formamos fila en pasillos vidriados que nos protegían de las inclemencias del tiempo a la hora de izar la bandera. Nuestro Gimnasio estaba a la altura del de un colegio privado. Cualquiera haya sido nuestra elección después de terminar el Secundario, este colegio nos permitió tener la experiencia de sentamos en las mesas de la ciencia, en un laboratorio montado. Nuestra biblioteca: un lujo inglés trasladado a 14 y 51. ¿Y el Salón de Actos? ...Bambalinas, foso, piano de cola, butacas. No representábamos en el hall grande de cualquier establecimiento. Tuvimos escenario y un entorno perfecto: un teatro y a él caprichosamente lo llamamos Salón de Actos en un uso del idioma que por la frase lo minimiza.
Bajar las escaleras principales sola implicaba, para mí, mi propio momento glamoroso de guardapolvo blanco. Las bajaba soñando que era una gran figura, pensando en lo que sentirían Carolina de Mónaco o Mirtha Legrand, y más allá de las sonrisas que los sueños de una adolescente nos despierten, una verdad escondida en el corazón de muchas puede revelarse si se permiten viajar en el tiempo despojadas de prejuicios y llenas de amor por quienes fuimos. Este edificio estuvo a nuestro servicio para embellecernos aunque no nos diéramos cuenta;  para enriquecernos secretamente. Recibimos educación pública en una construcción que desde otro siglo pretendía algo de lo mejor para sus estudiantes y el destino quiso que fuéramos nosotras las destinatarias. Con el correr de los años, ahora que la experiencia nos permite comparar, sabemos que ganamos.
Los profesores. Ellos tenían en el andar el espíritu de la Casa. Creo que en el fondo intuían que la institución tenía un objetivo de grandeza. Con sus matices, todos transmitían esa idea de algo más.
Aún las más rebeldes, las más díscolas e inmaduras tuvimos la oportunidad de impregnarnos de ese sentimiento académico. Los docentes dejaron su impronta sirviendo de inspiración, alentando nuestras producciones para hacernos sentir que podíamos y así permitirnos ser más.
A mí me nutrieron la insistencia de Zingoni en el análisis sintáctico y la posibilidad de incorporar análisis a mi expresión, la valoración de mis redacciones de la exigente Ferrando, Berta Racio, que nunca logró hacerme entender matemáticas, pero que era un ejemplo de charme con su tapado de piel, sus joyas y su perfume, el Colorado Cuenca, con fama de terrible que me acercó delicada y exitosamente a la trigonometría, y la bella Graciela Merino de la Concepción que con femineidad absoluta nos hablaba rigurosa y delicadamente de ¨las plantitas¨ y tantos otros que no nombro…
No aprendimos a cantar, pero nos quedaron las ganas de tanto deleitarnos con la interpretación que Maribel Martínez hacía de Agüita de Río para regodeo de la Profesora de música una y otra vez en cada clase. Y hasta valoro la insistencia de las preceptoras respecto a nuestra apariencia despojada de pintura. En ese momento parecían exageraciones. Hoy puedo ver que sólo nos indicaban que para todo hay un espacio y hay un tiempo. Recuerdo cada una de las lecciones.
Luego, lo más importante, 47 compañeras por división, 250 compañeras de la misma edad, 249 oportunidades de encontrar amigas, pares. Eso tuvimos. Eso tenemos hoy que nos volvemos a encontrar. La oportunidad de entablar nuevas relaciones con quienes tuvimos un pasado común y un presente acá, juntitas.  Tantos años de egresadas… Eso era algo que le pasaba a ¨las personas grandes¨. ¨Se ve que estamos creciendo¨… Así que las invito a que aprovechemos la experiencia para no dejar pasar este momento. Y, como me dijo Laura Ciarmela, piensen que si no aprovechan esta oportunidad tendrán que esperar varios años más para que se repita.

Muchas gracias, las quiero.



 Andrea Suárez

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